TAPACHULA, México – En todo el mundo, millones de personas abandonan sus hogares para buscar refugio o asilo en países más seguros y prósperos. Desde Siria y Ucrania hasta Venezuela y Haití, unos 82,4 millones de personas desplazadas por la fuerza deben dejar todo lo que han conocido para buscar una vida mejor.
Decenas de miles de ellos acaban en Tapachula, una antigua ciudad de 350.000 habitantes situada a menos de 30 kilómetros de la frontera de México con Guatemala. También está a más de 3.000 kilómetros de Nogales, Sonora, en la frontera con Estados Unidos.
Tapachula es una puerta de entrada a México para miles de migrantes que se dirigen al norte cada año. Muchos tienen planes de llegar a Estados Unidos, pero todos tienen que esperar en Tapachula a que las oficinas de inmigración mexicanas tramiten sus solicitudes de documentos para trabajar en el país o salir de la ciudad.
La avalancha de migrantes y refugiados está desbordando el sistema de inmigración, por lo que a menudo se tarda meses en conseguir las citas necesarias con ellos. Mientras el proceso se alarga, los parques públicos se convierten en lugares para dormir, los albergues locales están al límite de su capacidad y las tensiones sólo parecen aumentar.
En Tapachula, el lugar donde se ha producido una de las mayores crisis humanitarias del hemisferio occidental, cerca de un tercio de las personas varadas son menores de 18 años, según UNICEF.
Algunos niños que viajan con sus padres o con familiares mayores pueden encontrar espacio en uno de los refugios de la ciudad.
(Para proteger las identidades, todos los que aparecen en esta historia serán referidos sólo por su nombre de pila).
Carlos, de 16 años, procedente de Honduras, es uno de los afortunados que tiene un lugar donde alojarse. En marzo, Carlos llevaba poco más de una semana en Tapachula, viajando con su primo de 23 años para reunirse con los padres y hermanas de Carlos en Puebla, México, más al norte.
Mi caso ha sido difícil, fue repentino, pero con la ayuda de Dios he seguido adelante, dijo.
Carlos pasa sus días en Hospitalidad y Solidaridad, un albergue para refugiados y solicitantes de asilo. Él y su primo caminaron desde Honduras a través de Guatemala hasta México en un día y medio.
Hace dos o tres días, tuve un ataque de ansiedad o depresión porque no había tenido tiempo de procesar todo lo que había pasado, dijo. Entonces me di cuenta; salir corriendo y no estar como un preso encerrado. Pero ahora, gracias a Dios, me he calmado, y no tengo más remedio que venir aquí… y por las circunstancias, no puedo volver a Honduras.
Sus padres y hermanas, que habían abandonado su país ocho o nueve meses antes para conseguir la residencia permanente y la documentación, también pasaron por Hospitalidad y Solidaridad en el camino. En una mesa de pícnic fuera del refugio, Carlos habló de lo que le trajo aquí.
Las amenazas de las pandillas, dijo. Al parecer, mi padre tenía problemas con ellos, pero había sido sobre todo por malentendidos. … Y no tuve más remedio que venir aquí a buscar a mi padre.
Los directores del albergue dijeron que el padre de Carlos debe venir a Tapachula desde Puebla para pasar por un proceso formal de reunificación familiar con funcionarios de inmigración.
En 2021, Tapachula reportó haber recibido más de 130.000 solicitantes de asilo. El número mensual de solicitudes de estatus de refugiado recibidas por la COMAR, la oficina mexicana de asistencia a los refugiados, pasó de unas 6.000 en 2019 a casi 11.000 en 2021.
Un gran número de migrantes varados aquí son de Haití. Algunos dejaron su nación caribeña recientemente, pero muchos habían trabajado en Brasil, Colombia, Chile y Venezuela durante la última década. En 2019, la COMAR informó que menos del 10% de los solicitantes de asilo eran haitianos. Para 2021, 51,000 haitianos buscaban asilo, constituyendo casi el 40% de todos los solicitantes de este tipo en México.
Todos los migrantes, pero especialmente los haitianos, dicen que ha sido extremadamente difícil esperar en Tapachula durante semanas, a veces meses, para obtener el permiso para quedarse y trabajar en México o continuar hacia Estados Unidos o Canadá.
Nos venden todo más caro, dijo Freddy, de 42 años, un migrante haitiano que llegó en agosto de 2021. Hasta la casa, el apartamento. El alquiler es mucho más caro por ser migrante.
Freddy es uno de los dos traductores de criollo que trabajan en Tapachula para ayudar a otros en el proceso migratorio mexicano.
La mayoría de ellos, ya sabes, han estado aquí durante ocho meses, un año, así que si no tienes documentos, no puedes ir a la escuela, obtener una atención médica adecuada, no tienes nada, dijo. Es como si te dijeran aquí: No eres una persona.
Para los padres de niños pequeños, dijo Freddy, conseguir un lugar seguro para dormir o incluso encontrar su próxima comida son retos diarios. Y matricularse en la escuela no es una opción hasta que sus documentos estén en orden.
Ni siquiera el 5% de los niños migrantes van a la escuela, dijo Freddy.
En el último año, Haití ha sufrido más de una catástrofe política y medioambiental, como el asesinato del Primer Ministro Jovenel Moïse y un enorme terremoto, al que siguió rápidamente la tormenta tropical Grace. Una ola anterior de migración haitiana a Sudamérica fue estimulada por el terremoto de 2010, que desplazó a más de 1,5 millones de personas.
En el sur de México, los inmigrantes haitianos se enfrentan a xenofobia y racismo extremo por parte de la población local. Muchos inmigrantes negros dicen que son discriminados cuando buscan trabajo, vivienda y servicios de inmigración. También afirman que los funcionarios mexicanos ayudan a los inmigrantes de países hispanohablantes a desenvolverse en el complejo sistema de inmigración.
Los funcionarios de Tapachula defendieron el trato que el gobierno da a los inmigrantes negros. Dijeron que el sistema está simplemente desbordado y carece de recursos, incluidos los traductores de criollo.
El pasado mes de noviembre, el gobierno mexicano celebró una conferencia sobre el maltrato a los migrantes, patrocinada por la COMAR, en la que denunció el racismo y la xenofobia dirigidos a los migrantes.
Las personas en tránsito se han enfrentado históricamente a prejuicios y estigmas que han provocado la normalización de falsas creencias que intentan justificar que reciban un trato desigual e injusto», dijo la comisión en un comunicado de prensa. «Su situación de vulnerabilidad aumenta por el lenguaje y las actitudes de xenofobia que experimentan en este país.
El comunicado de prensa dice que el gobierno, y la COMAR en concreto, se ha comprometido a erradicar los estereotipos, prejuicios y estigmas contra los migrantes, a través de la formación y la educación.
A mediados de julio, la funcionaria de la COMAR, Cinthia Pérez Trejo, dijo a Cronkite News en un correo electrónico que «no hay diferencia en el trato» para los migrantes que buscan el estatus de refugiado. Pérez señaló «los procedimientos dentro de la oficina de la Secretaría de Gobernación de México para sancionar a cualquier funcionario público que cometa tales actos».
El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) proporciona ayuda legal y otros recursos a algunos migrantes, dependiendo de su vulnerabilidad. Esa oficina ha dicho que está añadiendo intérpretes de criollo, programando y facilitando citas con la COMAR, y creando un programa de integración laboral para aliviar parte de la presión.
Estamos sentados en la pequeña capilla fuera de la Casa del Migrante Scalabrini Albergue Belén, un refugio que ha superado su capacidad de 150 camas. Es mediodía, y los catres están esparcidos por el suelo de la capilla y las mochilas llenas de ropa llenan los bancos. Varias familias están sentadas bajo el techo de la capilla bajo la lluvia.
Nati, de 28 años, de Haití, lleva nueve meses en Tapachula esperando documentos. A ella y a su familia se les denegó el visado humanitario en diciembre, y tuvieron que volver a empezar el proceso de solicitud. Esos visados les habrían permitido viajar a través de México.
Fue difícil en la COMAR por tanta espera, me dieron un resultado negativo. Fue muy difícil para nosotros. … Es como si estuviéramos aquí sin nada porque no tenemos nada, porque estamos sin papeles, dijo Nati.
Cuando una persona negra va a buscar ayuda, no te la dan, y si eres blanco, sí te la dan. He pedido ayuda al ACNUR tres veces, y las tres veces me han dicho que no.
Nati, su marido, Panchi, y su hija Ana, de 2 años, pasaron dos años en Brasil antes de atravesar la brecha del Darién, la peligrosísima selva que separa Colombia, en Sudamérica, y Panamá, en Centroamérica.
Nos encontramos con muchas cosas, con mucho peligro para llegar hasta aquí, dijo. En todos los países fue duro, pero aquí es el más difícil: todo lleva más tiempo. … Este país ha sido el más duro. Hemos pasado por diez países y lo más difícil ha sido aquí en México. Ellos (los niños) no entienden que para llegar hasta aquí hemos venido de lejos, hemos estado en la selva, en la lluvia, arriesgando nuestras vidas – no lo entienden.
Nati y su familia quieren llegar a Tijuana, México, al sur de San Diego, pero lo único que han podido hacer es esperar y ver cómo otros, en su mayoría centroamericanos, pasan por el refugio.
Cuando estás aquí tienes que esperar, apelar un caso por otro año -que van a ser dos- y esperar un año sólo para que te digan que no… Es injusto, dijo.
En marzo, el presidente Andrés Manuel López Obrador (conocido por sus iniciales AMLO) visitó Tapachula. Mientras un par de centenares de migrantes protestaban frente a la carpa de la conferencia de prensa, AMLO presentó un plan para enfrentar la crisis estimulando las economías de los países de origen. No se mencionó una solución inmediata a la masa de refugiados que duermen en los parques públicos.
AMLO sí se comprometió a entregar 950 visas humanitarias a los refugiados (un estatus que tarda meses en conseguirse), pero el Instituto Nacional de Migración y las oficinas de ayuda humanitaria de la ONU siguen atrayendo multitudes de gente a primera hora de la mañana, mientras miles de refugiados exigen medidas.
Todos siguen sin trabajo ni autorización para salir de la ciudad; de lo contrario, podrían ser arrestados y detenidos. Nati dice que se ha quedado sin opciones.
Lo único que puedo hacer es esperar, y esperar a que me den otro resultado, dijo.
Freddy dijo que él y otros refugiados haitianos seguirán trabajando juntos en los próximos años para ayudarse mutuamente a sortear los desafíos diarios y a los padres detenidos en el centro de detención de migrantes conocido como Siglo XXI.
No queremos que los niños sigan saliendo solos porque uno de los padres está en la cárcel en Siglo XXI, queremos que los niños puedan ir a la escuela, así que de alguna manera tenemos que seguir luchando, dijo.
Carlos dijo que tiene esperanzas en su futuro, ya que en Tapachula hay más oportunidades de educación que en Honduras. El albergue donde se aloja tiene una miniescuela con un profesor que da clases a niños y adultos durante toda la semana.
Personalmente, mi objetivo es, en primer lugar, estar con mis padres. En segundo lugar, terminar el ciclo escolar, ir al instituto y luego estudiar un oficio, dice Carlos.
Hasta que se reúna con su padre, estará en su habitación.
En mi opinión, dijo, es mejor conocer a la gente de lejos. Es decir, verlas y ver cómo se comportan. Verlas como son y no interactuar tanto con ellas. Porque en mi experiencia, en mi vida, he tenido bastantes personas que me han hecho daño.
A pesar de las dificultades y los retrasos insostenibles, los jóvenes y niños migrantes de Tapachula no tienen más remedio que seguir resistiendo, y siguen esperando y deseando salir de la ciudad.
Reportaje adicional de Salma Reyes y Natalie Skowlund; fotos y videos de Mikenzie Hammel, Emilee Miranda, Daisy González-Pérez, Salma Reyes y Juliette Rihl.
Traducido por Juan Carlos Uribe-The Weekly Issue/El Semanario.